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Todos los holones muestran una cier
ta capacidad para preservar su propia totalidad o autonomía. Un átomo de hidrógeno, dentro del contexto adecuado, sigue siendo un átomo de hidrogeno. Preserva su individualidad a lo largo del tiempo, lo que en sí mismo ya es un logro notable. Un holón, en un entorno vivo como una célula, muestra una capacidad aún más sofisticada de autopreservación: La capacidad de renovación o autopoiésis por la que mantiene sus propias estructuras o patrones reconocibles, aunque sus componentes materiales sean intercambiados; se entiende que asimila el entorno a si mismo. Es lo que llamamos una estructura disipativa metaestable que trataremos a continuación pues contribuye a aclarar el concepto nuclear de autopoiésis.
Autopoiesis. Ken Rinaldo.
Autopreservación y autopoiésis Se dice que un sistema es disipativo si su energía se degrada en forma de calor, que en parte no es transformable en otras formas de energía menos degradada. Una estructura es disipativa en la medida que ayuda a los mecanismos disipativos. Según la clásica segunda ley de la termodinámica, un sistema aislado ha de ir perdiendo (disipando) toda la energía libre que posee con lo cual su entropía se m
aximiza. Un sistema en equilibrio térmico ya no disipa más y se halla en un estado de máxima entropía. Si un sistema se halla en las cercanías del equilibrio, sus tendencias espontáneas e irreversibles lo son hacia el equilibrio. La fuerza impulsora es la de producir entropía. Por definición, en el equilibrio ya no puede producir más entropía (principio de la mínima producción de entropía). Pero no abundan los sistemas aislados, por lo cual puede haber sistemas alejados del equilibrio (como el planeta iluminado o el cerebro con nutrimentos) que no pueden llegar a él - aunque lo buscan espontáneamente - porque mientras tanto siguen recibiendo aportes de energía externa (el sol, la glucosa en sangre). Con esos aportes las ecuaciones diferenciales descriptivas de la dinámica, ya no son más lineales. No están en el equilibrio sino en el desequilibrio. Como hay sistemas disipativos con estructuras, es lícito llamarlas, con Prygogine, "estructuras disipativas", aunque a primera vista su estudio parezca poco interesante. Pero hay algo muy real: las condiciones "lejos del equilibrio" o "en el desequilibrio" implican leyes no-lineales. La única regla general para las ecuaciones diferenciales no-lineales es que no hay reglas generales. El caos es una posibilidad, como también la presencia de atractores, repulsores, bifurcaciones, autoorganizaciones o sistemas autopoiéticos. Lo que afirma Prygogine es que aunque no halló para esta rama de la física incorporada a la mecánica estadística, una nueva constante universal, por lo menos ha encontrado una desigualdad matemática, un "criterio de evolución universal". Transiciones Así como hay transiciones de fase en la física lineal, con roturas de simetría, muy cercanas al equilibrio (como el hielo que se funde), también las hay en la física no-lineal donde las estructuras disipativas se vuelven inestables y tienden a veces hacia patrones de organización coherente que minimizan la energía libre y disminuyen los grados de libertad. Prygogine propone que dentro de un sistema complejo no-lineal lejos del equilibrio existen subsistemas fluctuantes. De vez en cuando se combinan y amplifican las fluctuaciones y se disrrumpe la estructura previa, ocasión en la cual aparece una bifurcación, un punto de bifurcación. La teoría no puede predecir, por adelantado, si el resultado será una estructura de dinámica caótica o una estructura autoorganizada con un orden "superior", un "orden por fluctuaciones". En este último caso, como la estructura necesita de energía externa para seguir organizada, es aceptable llamarla "estructura disipativa", puesto que necesita más energía externa que la estructura no-disipativa (más simple) previa reemplazada. Tiene un límite para su evolución y es la falta de capacidad para eliminar más y más calor. Los seres viviente
s funcionan como sistemas disipativos, autoorganizados por fluctuaciones ambientales. Cabe destacar que no todos los autores aceptan incondicionalmente estas afirmaciones. Por ejemplo, un crítico de las ideas de irreversibilidad de Prygogine es Jean Bricmon. Concepto clave en la Biología El concepto de autopoiésis es clave en la Biología moderna y creemos que es nuestra obligación aclararlo porque además, guarda determinadas relaciones con la Teoría Sociológica nada desdeñables, se esté o no de acuerdo con ellas. Además, se trata de un concepto muy manejado a lo largo de este ensayo. El creador del principio de autopoiésis fue el biólogo chileno Humberto Maturana, que estudió medicina en la Universidad de Chile y biología en Inglaterra y Estados Unidos. Obtuvo el doctorado en Oxford y en la actualidad es docente en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Chile. En el MIT, realizó experimentos que alcanzaron resonancia internacional sobre fisiología de la percepción. En el Biological Computer Laboratory, en Illinois, publicó su informe sobre biología de la cognición. Ha desarrollado una hipótesis que intenta situar la circularidad del hecho reproductivo de la vida, en el centro de una teoría epistemológica del conocimiento. Su concepto esencial, autopoiésis, expresa la auto producción de la vida, a través de elementos que son a su vez, reproducidos por la vida. En la introducción a la obra de Humberto Maturana, “La Realidad: ¿Objetiva o Construida?, Javier Tomás Nafarrate dice: ”En las introducciones de los libros de Maturana existe una práctica (no pretendida) de dejar que la emoción se deslice sobre el texto, como en la antigua retórica, para hacer sentir la importancia de la obra”. Y no es para menos. Maturana es el pensador actual que ha formulado quizá el principio teórico más radical capaz de explicar un gran número de problemas de la sociedad contemporánea. Estamos, ante todo, ante un biólogo, un gran biólogo, diríamos mejor. Sin embargo el principio teórico que aborda, la explicación de la vida, se aplica a muchos campos de lo que la tradición ha venido llamando ciencias del hombre. Maturana dice que el principio constitutivo de la célula, en calidad de ultraelemento de los organismos, se mantiene en todos los niveles de complejidad que tienen que ver con lo vivo: células, organismos, sistema nervioso, comunicación, lenguaje, conciencia, sociedad. En otras palabras, no hay discontinuidad entre lo social, lo humano y sus raíces biológicas. Porque todos son holones, dentro de holones, dentro de... (Esto lo decimos nosotros). Moléculas diferentes Pero, ¿cómo entendemos la autopoiesis como teoría fundamental de la vida? Partiendo de un estado primitivo abiótico del planeta Tierra, existían diferentes tipos de moléculas. Algunas de el
las tenían la propiedad de “clausurarse” frente al medio ambiente. Este hecho fue posible mediante la generación de unas estructuras moleculares, a la vez englobantes y aislantes, a partir de ahora llamadas membranas, suficientemente estables y dotadas de plasticidad. Este tipo de moléculas -y sólo este- fue capaz de formar barreras efectivas y, al mismo tiempo, disponer de la capacidad de realizar intercambios con el entorno para difundir átomos y/o moléculas cargadas eléctricamente, los iones, durante tiempos relativamente largos con respecto a las velocidades moleculares. A este tipo molecular -o macromolecular- pertenecen las proteínas cuya flexibilidad y capacidad de asociación es prácticamente ilimitada. Cuando en la historia del planeta Tierra se dieron las condiciones para la formación de este tipo de moléculas, surgió la vida. El punto decisivo que ha permitido trazar un límite entre la continua producción molecular abiógena -todavía sin las características que definen “lo vivo”- que se llevaba a cabo en la superficie de los mares y en la atmósfera, y la irrupción de lo viviente, estriba en que hubo momentos en los que fue posible la formación de cadenas de reacciones moleculares de un tipo peculiar. Esta peculiaridad, en la que reside la clave del asunto, es denominada por Maturana, Autopoiesis. Esta denominación sirve para describir un fenómeno radicalmente circular por el que las moléculas orgánicas forman redes de reacciones que producen a las mismas moléculas que las integran. Tales redes e interacciones que se producen a sí mismas y especifican sus propios límites, no son sino seres vivos. Definiríamos, siempre según Maturana, los seres vivos como aquellos entes que se producen a sí mismos y la organización que los define la llamamos autopoiética. Todo sistema autopoiético goza de cinco propiedades importantes, denominadas: Autonomía, Emergencia, Clausura de Operación, Autoconstrucción de Estructuras y Reproducción autopoiética. Descripciones Aún a costa de alargarnos en exceso, no resistimos la tentación de describirlas: -Autonomía: La célula pone de manifiesto la superación de la correspondencia, punto por punto, con respecto al medio ambiente. Ya no es la célula un componente constituido solo por átomos y moléculas, sino la forma específica de la combinación de dichos componentes (el holón superior abarca e incluye a los holones inferiores y el resultado es más extenso/profundo que la suma de sus partes). Esta-forma-especifica-de-combinación, exige una perspectiva de autonomía, en el sentido que
la célula requiere de la creación a distancia con respecto al mundo circundante. La autonomía de lo orgánico, en último término, significa que solo desde la perspectiva celular se puede determinar lo que es relevante y sobre todo lo que le es indiferente. Ejemplo de ello es el transporte activo y selectivo a través de las membranas. -Emergencia: La aparición de un orden cualitativo en la célula, distinto al de las moléculas que integran un mineral, no puede deducirse a partir de sus características materiales o energéticas. La emergencia señala la aparición de un orden nuevo, cuyas características solo pueden ser advertidas después de su constitución. Lo que es emergente en la célula es su “operación”, la forma en como están organizadas y como esa organización se lleva a efecto Siempre que se habla de un orden emergente, queda presupuesto -pero no incluido- el continuo de energía o de materiales sobre el que una unidad se sostiene. La emergencia del orden modifica la composición interna de la materia: por ejemplo, la electrónica interna del átomo se transforma en cuanto surge el orden emergente de las macromoléculas. De aquí que la energía atómica no forme parte del proceso químico que constituye la célula. Si se emplea un diseño de teoría como la de Sistemas, que se orienta por la distinción sistema/entorno, entonces se tendrían que considerar a los átomos como entorno del sistema de organización autopoiética de la célula. -Clausura de operación: Los sistemas autopoiéticos son sistemas cuya
operatividad es cerrada y cuyos componentes son productos en el interior de un proceso recursivo, llevado a cabo en el interior de un retículo clausurado. Clausura no debe entenderse aquí como lo opuesto a apertura, sino como la condición de su posibilidad. Lo que está clausurado en la autopoiésis es el control mismo mediante el cual los elementos se organizan de manera emergente. Ese-control-mismo-de-la-organización, se puede visualizar en la siguiente cadena de la evolución: átomos que se convierten en moléculas; moléculas inorgánicas que devienen en cristales y soluciones; macromoléculas que pasan a ser células; células que se transforman en organismos pluricelulares. La clausura de la operación en la autopoiésis está en relación directa con el nivel de estabilidad que alcanza una operación dada, bajo unas determinadas condiciones y en la que necesariamente esta operación tiende a formar un cálculo recursivo que siempre debe volver sobre sí mismo, es decir ser auto referente. La clausura operacional supone que las células produzcan operaciones exclusivas reproductoras de vida por las que se mantienen en la vida. Esto quiere decir: el sistema solo puede disponer de sus propias operaciones; o con otras palabras, no existe otra cosa que su propia operación. Esta operación única logra conformar dentro del sistema dos acontecimientos fundamentales: La construcción de sistemas y la autopoiésis. -Autoconstrucción de estructuras: Dado que la operación en una célula está, en un determinado momento clausurada, no puede captar estructuras: ella misma debe construirlas. Por lo tanto el proceso de autoconstrucción deberá entenderse, en primer lugar, como producción de estructuras propias, mediante operaciones propias. Los sistemas clausurados en su operación producen sus propios elementos y, por consiguiente, sus propios cambios estructurales. No existe, y esta afirmación de Maturana es muy fuerte, ninguna operación causal del entorno del sistema, sin que el mismo sistema la provoque: todo cambio de estructura, trátese de adaptación o rechazo, es en última instancia, autoinducido. -Reproducción autopoiética: Autopoiésis significa determinación del estado siguiente del sistema a partir de la estructuración anterior a la que llegó la operación. Sistema nervioso Porque será objeto de atención en próximos capítulos, no quiero soslayar, en la continua elevación que supone el recorrido por la escala de la complejidad, la relación existente entre el Sistema Nervioso y el principio fenomenológico que hemos dado en llamar clausura de operación. Se tiene la idea que el Sistema Nervioso obtiene información del medio circundante y que luego la utiliza para construir una representación del mundo que le rodea y con ello elaborar una conducta adecuada que le permita sobrevivir en él.
Esto inicialmente parece obvio, pero las cosas son más complicadas porque así, solo hemos descrito en el fondo, los sentidos e incluso las intuiciones/percepciones, pero no más allá. El rendimiento del Sistema Nervioso posibilita la expansión del campo de estados posibles del organismo. De esa manera, se trata de un aumento de la configuración de los estados internos que, después, un observador puede enjuiciar en correlación acoplada con el mundo, pero que, en sentido restringido, no son sino formas del modo interno de operación de un sistema. Debido a la característica expansiva del comportamiento interior que se logra mediante el Sistema Nervioso, el fenómeno de conocer no es exclusivo del ser humano. En la organización de lo viviente, desde una bacteria al hombre, todo operar orgánico supone conocimiento como acertadamente opina la importante bacterióloga Lynn Margulis. Todo hacer es conocer. El conocimiento no opera y no puede operar valiéndose de una representación que se efectua en el medio ambiente. Conocer es pues el operar de los componentes de un sistema, dentro del dominio de sus estados internos y de sus cambios estructurales. En la lógica del Principio de Clausura de Operación, la evolución desarrolla una primera línea formada por unidades orgánicas individuales que operan con autonomía. Las vinculaciones colectivas surgen en el momento en que las interacciones de una misma especie, a lo largo de su historia, adquieren un carácter recurrente. De tal manera, que se puede afirmar que estos organismos quedan acoplados en el plano de la estructura, lo que a su vez permite la conservación de su capacidad autopoiética en la larga historia de las interacciones. El colectivo es biológico Lo colectivo, entonces, no es un fenómeno esencialmente humano, sino biológico; no cultural sino natural. A partir de unidades individuales autónomas, surge un orden que coordina el comportamiento de las unidades individuales orgánicas cuando entran en reacciones recurrentes. El sustrato biológico de la vida, no contrapone individuo y sociedad. Como se señala en la obra de Maturana y Varela “El árbol del conocimiento” : “se es altruistamente egoísta y egoístamente altruista porque la realización individual incluye la pertenencia al grupo que lo integra”. La comunicación, en su sentido más general es la coordinación de conductas que, por sí mismas, no podrían crear actos colectivos recurrentes. De aquí que la comunicación no transfiera contenidos, sino más bién coordine comportamientos. Dicen Maturana y Varela “hay comunicación cada vez que hay coordinación conductual en un dominio de acoplamiento estructural”. Aunque la comunicación no se agota con la aparición de conductas lingüísticas, es evidente que el lenguaje es un fenómeno inédito por el significado inmensamente abarcador para el ser humano, aunque haya, en otros niveles del ámbito de la biosfera, equivalentes de comportamientos lingüísticos. El lenguaje introduce una doble dimensión en la historia del ser humano: primero, porque del lenguaje emerge la experiencia de lo mental y la conciencia humana como expresión del centro más íntimo del hombre; segundo, y esto es quizá lo más sorprendente, es que al situar al individuo en el plano de las interacciones recurrentes frente a otros, despoja al individuo de toda certidumbre absoluta de lo personal y lo invita a situarse en una perspectiva más amplia: la de la creación del mundo junto con otros. ¿Una utopía? Muchos consideran esta cosmovisión como una utopía, sobre todo en vista de la situación real de la sociedad y de las desigualdades, tan crasas, que se dan en su seno. La Teoría de la Autopoiésis es algo controvertido. Nosotros mismos albergamos reservas sobre ella, no tanto en su fundamento biológico, como en sus extrapolaciones. No hemos tratado de hacer un alarde erudito. Hemos pretendido, quizá con menos acierto que voluntad, relatar una hipótesis poco explicada, pero influyente, en la filosofía de la biología actual. En la edición alemana de la obra de Maturana, Schmidt, recomienda: “todo aquel que desee una mejora del sistema social, le haría bién pensar que sin un cambio en las disposiciones cognitivas, no es posible transformación política o social alguna. Las revoluciones sociales presuponen revoluciones culturales”. Medítese bién esa frase última, cuando hoy estamos inmersos en una impresionante revolución tecnológica, científica y cultural. Autopoiesis y teoría del conocimiento Estos supuestos teóricos, llevados a diferentes áreas del conocimiento, pueden producir conmociones importantes, toda vez que pueden inducir a pensar que el conocimiento se halla sustentado en operaciones que carecen de contacto con el entorno. Fuerte deducción pero obvia de lo anteriormente expuesto. No nos pronunciamos, pero invitamos encarecidamente a que se investigue con velocidad. Aunque la teoría del conocimiento la hemos tratado con cierta profundidad vamos, de una manera tosca y rápida, a comentar los dos ejes, por cierto mal avenidos, sobre los que hasta ahora ha discurrido, y relacionarlo todo con la cuestión que nos ocupa. El primer eje, el racionalismo, sostiene que el conocimiento no puede partir de la realidad inmediata, sino exclusivamente de la realidad escueta. Posibilidad significa solamente inteligibilidad exenta de paradojas. De aquí que el conocimiento sea algo puramente deductivo que se desprende de conceptos primeros o axiomas, procurando siempre el caer en contradicciones. En el polo opuesto, se encuentra el empirismo que funciona bajo el supuesto que es la realidad la que ha de decidir lo que es verdadero y lo que es falso. La aclaración de los hechos procede de la utilización de un método experimental riguroso. De esta manera, es la misma realidad la que confirma y la que permite descartar errores. El empirismo sostiene que existe una certeza del mundo exterior y que ella es el agente confirmante. Kant estaba convencido, en contra del racionalismo, que los juicios universales y necesarios -Vg.: “todos los hombres son mortales”- no pueden ser sólo analíticos, sino también sintéticos: no sólo han de tener capacidad para explicar, sino que habrán de poder ampliar el contenido inmediato de la realidad. Con todo, estos juicios sintéticos que han de tener validez universal y necesaria, no pueden fundamentarse solamente en la experiencia -tal y como la concibe el empirismo-, ya que ésta sólo aporta lo singular y lo contingente. Juicios sintéticos El problema para Kant se resuelve si es que existen juicios sintéticos a priori, que se fundamentan en principios pre-experimentales y que, a pesar de eso, aportan un paso adelante al conocimiento. Este planteamiento sitúa el problema de la estructura del conocimiento mucho más allá de las representaciones epistemológicas de su época. Desde entonces, se comprenderá el conocimiento a partir de las condiciones previas de su posibilidad. Así, dice Kant: “nuestra manera de conocer los objetos, en cuanto ésta es posible, a priori”. Lo que viene a decir que la realidad en sí, es irreconocible. Maturana recorre este recorrido clásico de la teoría cognitiva, en términos de trampas del conocimiento. La primera trampa es creer que el mundo de los objetos puede dar instrucciones al conocimiento, cuando de hecho, no hay mecanismo que permita tal información. La segunda, es que una vez que no existe el control de la certeza inmediata, abandonados a la oscura interioridad de lo posible pensado, amenaza el caos y la arbitrariedad. La primera trampa cree que el sistema nervioso trabaja con representaciones del mundo, cuando en realidad su modo de operar está determinado, instante a instante, por la clausura operacional. La segunda, tiende a atribuir una absoluta soledad cognoscitiva –solipsismo-, y se desentiende de explicar la asombrosa conmensurabilidad entre el operar del organismo y el mundo. En “El árbol del conocimiento”, se señala: “La solución, como todas las soluciones aparentemente contradictorias, consiste en salirse del plano de la oposición y cambiar la naturaleza de la pregunta a un contexto con más capacidad de abarcación”. El filo de la navaja Maturana sugiere andar por el filo de la navaja y desarrollar un control lógico para encontrar salida al problema del conocimiento. Para ello, propone una distinción: la de la operación/observación. Desde la operación, el conocimiento está clausurado y sólo responde desde sus estructuras interiores. El observador, situado fuera de la operación, y con mayor capacidad de observación, puede efectuar enlaces causales entre operación y mundo circundante que, conscientemente, no son accesibles a los organismos que los efectúan. Así, señala: “al mantener limpia nuestra contabilidad lógica -expresión literal de Maturana que puede interpretarse como bagaje lógico-, esta complicación se disipa, ya que nos hacemos cargo de estas dos perspectivas y las relacionamos en un dominio más abarcador que nosotros mismos establecemos. Así, no necesitamos recurrir a las representaciones, ni precisamos negar que el sistema opera en un medio que le es conmensurable como resultado de una historia de acoplamiento estructural”. Si estas reflexiones se llevan al plano formal de la generalización, el que el conocimiento esté constituido por una operación que está clausurada, quiere decir que no puede establecer ningún contacto con el entorno. Este es un principio teórico muy complicado que contradice toda la tradición reflexiva existente sobre el conocimiento y que yo consigno aquí como llamada de atención. Todo conocimiento sobre la realidad debe hacerse como actividad interna -del conocimiento, se entiende- dirigida mediante discriminaciones própias -para las que no existe ninguna correspondencia con el entorno-. Acoplamiento estructural La pregunta candente es pués ¿cómo se configura el conocimiento? Maturana para este problema difícil propone un concepto igualmente difícil: acoplamiento estructural. Esta noción presupone que todo conocimiento -que es una operación emergente autopoiética- opera como un sistema determinado sólo desde el interior de sus propias estructuras. Se excluye, entonces, el que datos existentes en el entorno puedan especificar, conforme a las estructuras internas, lo que sucede en el sistema. Humberto Maturana diría que el acoplamiento estructural se encuentra de modo ortogonal con respecto a la autodeterminación del sistema. Lo que quiere que una certeza inmediata de la realidad, aunque no determina lo que sucede en el conocimiento, debe estar presupuesta, ya que de otra manera cesaría la autopoiésis. En este sentido todo el conocimiento está previamente acoplado de manera amplia al entorno -o no existiría-, pero hacia el interior del radio de acción que se le confiere, el conocimiento tiende a dar vueltas acopladas en modo estricto. La realidad, por consiguiente, sirve sólo de medio amplio y abierto, para que el conocimiento aporte, desde sí mismo, acoplamientos estrictos y configurados según su propia idea de orden..... Autopoiésis y teoría de la sociedad Cuando un concepto se extiende más allá del contexto para el que fue pensado, se transforma entonces en una estructura general que puede ser aplicada en muchos campos. Tenemos el ejemplo de la Categoría de Proceso, que fue descubierta primero en el terreno de la jurisprudencia y luego fue adaptada a la ¡química¡ Einstein aportó, quizá más que ningún otro, las bases para el desarrollo de la teoría quántica, pero toda su vida mantuvo sobre ella serias reservas. Como creemos que ya hemos visto-y si no este es un momento tan bueno como cualquiera para expresarlo- el resultado de las dudas de Einstein ha sido que la física se ha orientado por dos teorías universales que, hasta ahora, no han podido conciliarse de una forma general y convincente .Por un lado, tenemos la Teoría General de la Relatividad que gobierna la estructura del Universo a gran escala; y por otro está la mecánica quántica que rige y explica el comportamiento a nivel atómico y molecular. En estos momentos hay serios intentos de integración que no acaban de fructificar definitivamente. Salvando las distancias, con la autopoiesis ha ocurrido un fenómeno parecido: al quedar expuesta al proceso de re-especificación en cada una de las disciplinas humanísticas, ha sufrido modificaciones en las interpretaciones. La diferencia más notable en cuanto a precisiones de sentido de este concepto, se halla en la discusión actual entre sociología y biología. El sociólogo alemán Niklas Luhmann ha desarrollado una teoría autopoiética de la sociedad basada en las ideas de Maturana. Así como el origen de la vida tiene que ver con el proceso de clausura de ciertas proteínas, así, en la propuesta de Luhmann, aquello que se ha designado como proceso de humanización –socialización- fue posible gracias al surgimiento de una forma emergente, una red cerrada –autopoiética- de comunicación. Solo a esta red cerrada de comunicación le es aplicable el concepto de sociedad. Fuera de esta red no existe comunicación. Ella es la única que utiliza este tipo de operación y en esta medida es real y necesariamente cerrada. Desde que la humanidad inicia ese maravilloso proceso llamado civilización, Luhmann supone que la sociedad es una forma clausurada de comunicación que tiene la cualidad de albergar dentro de sí misma, de manera omniabarcante, todo lo que tenga que ver con formas de comunicación de sentido. Procesos, procesos... La evolución parece que encontró en el proceso de comunicación, no sólo el proceso de hominización, sino también el de socialización. En otras palabras, Luhmann establece que la civilización y sus resultados son consecuencia de las condiciones del proceso de comunicación. Ahora procede una afirmación fuerte: No son los seres humanos los creadores del proceso de su propia civilización, al contrario: los seres humanos se hacen dependientes de esta red emergente de orden superior, bajo cuyas condiciones pueden elegir los contactos con otros seres humanos. Esta red de comunicación de orden superior es lo que Luhmann denomina sociedad. Lo social no surge del hombre. Consiste en una solución de tipo evolutivo que precede a los sujetos y se halla encaminada a proveer de estructuras -léase formas- de sentido que mantienen la cohesión y se imponen a la tendencia disgregadora. La socialización de los seres humanos no es, en sentido estricto, humanización. Si se parte de la premisa que la sociedad es pura comunicación, el desarrollo de lo social se debe entender como un aumento en el desempeño comunicativo, tal como lo ve Luhmann. En esto consiste su discrepancia con Rousseau y Nietzsche; el primero veía el citado desarrollo social como una ampliación de la humanización en el sentido de perfeccionar la naturaleza humana -teóricamente bello pero científicamente falso según la Teoría de la Evolución ya comentada-; para Nietzsche, la humanización suponía la superación de las energías dionisíacas -cierto, pero su explicación la retrasaremos a nuestra idea de la nueva visión nietzscheana-. Lo social nunca ha sido el espacio de la realización absoluta de las posibilidades más humanas del hombre. Esto es cierto, aunque en un sentido que iremos desempaquetando, poco a poco, en apartados posteriores. La sociedad manifiesta una consistencia propia -dinámica y evolutiva-, una regulación auto referente que da pie a que cada individuo la experimente en grados de profundidad y en direcciones diversas -también veremos que esto guarda relación con ideas que expondremos posteriormente-. El otro lado Pero estos grados de vivencia posibles, pero subjetivos, no pertenecen al ámbito de lo social: están ubicados en lo que de momento llamaremos, por seguir a Luhmann, el otro lado de la forma de lo social, en el entorno. El descubrimiento moderno de lo inconmensurable en cuanto a la interioridad humana se refiere, a partir de Freud, Jung y otros, advierte que no es posible construir una sociedad que pueda corresponder a tales posibilidades de variación, pero quien siga leyendo los capítulos restantes de esta obra verá como lo individual y lo social/cultural, si se interconectan en La emergencia de la naturaleza humana. Luhmann conecta directamente con el concepto de autopoiésis en el momento en el que considera la sociedad como una red cerrada, auto referente. La crítica a este tipo de sociología proviene de diversos sectores, siendo uno de ellos el que opina que se considera a la sociedad como una especie de realidad orgánica presentada en formato grande. Se acusa a la teoría de estar vinculada a la sociobiología de Wilson. Luhmann se defiende: “si la noción de autopoiésis que describe la forma de vida -y para Maturana no sólo describe, sino que define el concepto mismo de la vida- es aceptable para los biólogos, no se deduce de ello que el concepto sea sólo biológico. Si los automóviles trabajan con un motor interno, esto no significa que el concepto de motor deba quedar reducido a los automóviles. Nada impide el que tratemos de ver si los sistemas sociales son autopoiéticos en términos de su propio modo de producción y reproducción, en lugar de verlos en términos de la operación bioquímica de la vida” (Tomado de “Entrevista con Niklas Luhmann”, en David Sciulli, Theory, Culture & Society. Sage, Londres, Thousand Oaks y Nueva Delhi, Vol. 11, Pág.42, 1994). Para Luhmann, no sólo están organizados autopoiéticamente los sistemas orgánicos, sino también las formas sociales y las conciencias de los individuos, generalizando el concepto de autopoiésis y lo conduce y aplica a otros ámbitos de la realidad. Los sistemas vivos, los neuronales, las conciencias, y los sistemas sociales son para Luhmann, sistemas autopoiéticos, esto es, sistemas que se desarrollan gracias a una reproducción recursiva de sus elementos como unidades autónomas. El concepto de autopoiésis significa auto conservación del sistema mediante la producción de sus propios elementos. En la obra de Luhmann, Die Autopoiesis des Bewusstseins, Soziologische Aufklärung 6, Opladen, 1995, p. 56, se dice: “como autopoiéticos nosotros queremos designar aquel tipo de unidades que producen y reproducen los elementos de los que están constituidos, a partir de los elementos de los que están constituidos. Todo lo que estos elementos utilizan como unidad -ya se trate de elementos, de procesos, de estructuras, de sí mismos- debe ser producido mediante esas mismas unidades. O dicho de otro modo: no existe ninguna unidad que sirva como input para el sistema; ni ningún output que sirva de unidad que no provenga del sistema. Esto no quiere decir que no haya ninguna relación con el entorno, pero estas relaciones se situan en un nivel de realidad distinto de la autopoiésis”. Orden emergente La sociedades, pues, un orden emergente que se deslinda de lo especifico de la vida orgánica y de la vida interior de las conciencias. El concepto de emergencia designa la irrupción de un nuevo orden de realidad que no puede ser explicado -ni reducido- en su totalidad, a partir de las características de la infraestructura sobre la que se encuentra sostenido. En el caso, por ejemplo, de la relación entre conciencia y cerebro -tema importante en este libro con pocas fronteras-, la conciencia está sustentada sobre procesos neuronales -lo que hoy en día es decir poco-, pero las neuronas no producen ningún tipo de pensamiento o de representación. La frase, atribuida a Ernest Bloch de que por más que nos paseáramos por las azoteas del cerebro nunca encontraríamos allí una idea, ilustra su contenido. La dimensión del significado por el que se establece que la sociedad sea un orden emergente autopoiético, debe ser sopesada con toda gravedad, ya que contradice toda la tradición filosófica y sociológica que se sustenta en la conceptualización del sujeto: el ser humano, en este tipo de tradición constituye el ultraelemento de lo social. Esta tradición considera que los seres humanos son los que se comunican y se comunican con otros. Desde el momento que Luhmann opta por la conceptualización de la autopoiésis, rompe con la tradición del pensamiento europeo. Lo social, en esta teoría, no está constituido por los seres humanos, sino por la comunicación. En esta dinámica de pensamiento los seres humanos no están considerados como los creadores de la comunicación. La comunicación no es ningún resultado de la acción del ser humano, sino una operación que solamente se hace posible genuinamente por sí sola, es decir, por la sociedad. En su obra, Teoría de la Sociedad, Pág. 52, Luhmann dice: “No es el hombre quien puede comunicarse, sólo la comunicación puede comunicar. La comunicación constituye una realidad emergente sui generis. De la misma manera como los sistemas de comunicación -como también por otra parte los cerebros, las células, etc-, los sistemas de conciencia son también sistemas operacionalmente cerrados. No pueden tener contacto unos con otros. No existe la comunicación de conciencia a conciencia, ni entre el individuo y la sociedad. Si se quiere comprender con suficiente precisión la comunicación es necesario excluir tales posibilidades -aún la que consiste en concebir la sociedad como un espíritu colectivo-. Solamente una conciencia puede pensar -pero no puede pensar con pensamientos propios dentro de otra conciencia- y solamente la sociedad puede comunicar. Y en los dos casos se trata de operaciones propias de un sistema operacionalmente cerrado, determinado por la estructura”. La sociedad es autónoma no sólo en el plano estructural -a lo que ya había llegado el estructuralismo-, sino también y fundamentalmente en el plano del control de la organización de sus estructuras. La sociedad puede hacer surgir operaciones própias solamente empalmándolas a operaciones propias y con anticipación a ulteriores operaciones de la sociedad. ¿Está Luhmann en lo cierto? Veamos lo que opina el propio Maturana en un comentario manuscrito no publicado al libro Sociedad y teoría de sistemas, de Darío Rodríguez y Marcelo Arnold, emitido en enero de 1992, en Santiago de Chile: “Esta discrepancia con Luhmann no es trivial....Ciertamente se puede hacer lo que Luhmann hace al distinguir un sistema cerrado definiblemente autopoiético en el espacio de las comunicaciones que él llama sistema social. Lo que yo me pregunto es si la noción de lo social como ésta surge en el ámbito cotidiano y se aplica adecuadamente a ese sistema: es decir, me pregunto si el sistema que Luhmann distingue como sistema social genera los fenómenos y experiencias que en la vida cotidiana connotamos al hablar de lo social. Yo pienso que no, que no lo hace, y pienso, por lo tanto, que la noción de lo social está mal aplicada al tipo de sistemas que Luhmann llama “sistemas sociales”.....Lo social no pertenece a la sociología, pertenece a la vida cotidiana, y la sociología sólo hace sentido como intento explicativo de la vida cotidiana, si no, es sólo literatura. Todo lo que Luhmann parece querer explicar con su teoría de los sistemas sociales separando lo humano y dejándolo como parte del entorno, y mucho más que él no puede explicar, como el origen del lenguaje, como el origen de lo humano, se puede explicar sin ese argumento”. Hipótesis desconocida Alguno pensará y con razón, que nos hemos extendido demasiado en el concepto de Autopoiésis. Lo que ocurre es que teorías como la de la evolución, la relatividad y otras están bién explicadas en muchos lugares mientras que la hipótesis autopoiética es menos conocida y goza de alta relevancia científica en el mundo biológico moderno. Volviendo a la Teoría Holónica, aunque los holones existen gracias a sus relaciones de interconexión o contexto, no están definidos por este, sino más bien por su propia forma, patrón, modelo o estructura individual. Como señaló Leibniz, incluso partículas que dependen de otras, mantienen su perspectiva individual. Esta forma intrínseca o patrón es conocido con diversos nombres: entelequia (Aristóteles), unidad/campo mórfico (Sheldrake), régimen, código o canon (Koestler), estructura profunda (Wilber). En la fisiosfera la forma del holón resulta, a pesar de su asombrosa complejidad, relativamente simple en relación con la biosfera y noosfera, en las que su relación de intercambio con el entorno persigue conservar estable -o teleológicamente reconocible-, coherente y relativamente autónomo el patrón que es la esencia de cualquier holón. Francisco Varela explicó antes de su fallecimiento que la vieja biología estaba basada en “unidades heterónomas que operaban según una lógica de correspondencia”, mientras que la esencia de la nueva biología se basa en “unidades autónomas que operan según una lógica de coherencia”. En resumen, los holones se definen no por la materia de la que están hechos -puede no haber materia-, ni por el contexto en el que se hallan -aunque son inseparables de él-, sino por él patrón relativamente autónomo y coherente que presentan. La capacidad de preservar ese patrón es una de las características del holón.
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